La testosterona, esencia de lo masculino durante siglos, es una vieja conocida en gimnasios y clubes deportivos. Su uso cerrado y clandestino se basa en su poder anabolizante para el desarrollo de los músculos e incluso se utiliza para contrarrestar efectos feminizantes de otras sustancias frecuentadas por los arquitectos del cuerpo.La novedad, el último grito en la sociedad estadounidense, es que la testosterona deja de ser alimento exclusivo de Tarzán para convertirse en una científica terapia hormonal sustitutiva -similar denominación al tratamiento con estrógenos para la menopausia en la mujer- para recuperar el vigor sexual, la masa muscular y ósea, la libido, la fatiga y la pérdida de energía que parece afectar al varón a partir de los 50 años. La pasada semana un estudio de la Universidad de Manchester (Reino Unido) ha venido a echar más leña al fuego. La testosterona, aseguran los autores, mejora la fluidez verbal y la capacidad de concentración. No hay más que hablar. Las incertidumbres en torno a la testosterona son todavía tantas que recientes estudios ponen incluso en duda la relación histórica entre la hormona y la agresividad. ¿Hay mayor agresividad cuanto mayor es el nivel de testosterona o sube la hormona en momentos de agresividad? La primera cuestión ha sido sustentada afirmativamente hasta ahora con análisis sobre presos cuya violencia criminal y comportamiento en el penal se correspondía con altos niveles de testosterona. El hallazgo fue el mismo en mujeres, aun con su mínima carga de testosterona. Investigaciones en animales confirman los resultados. Por el contrario, un estudio de los institutos nacionales de la salud de Estados Unidos y publicada en 1996 en New England Journal of Medicine descartó que un suplemento de testosterona fomente comportamientos agresivos. Los autores calificaron los resultados de "concluyentes". Otro informe de la Universidad de Iowa sobre los efectos en la conducción concluyó en el mismo sentido. Y a fe que a los participantes les hicieron perrerías.
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